viernes, 27 de noviembre de 2015

Homenaje a Nora Cortiñas: La madre de todas las batallas

“El Padre Carlitos, el cura de la Santa Cruz, cuando uno dice: Nora es como dios… esta en todas partes; él dice: sí, pero a Nora la vemos”. Nora Cortiñas es Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora. A los 85, acompaña toda clase de conflictos, pedidos de justicia, reclamos obreros, indígenas, estudiantiles, femeninos. ​ Ser madre, […]

“El Padre Carlitos, el cura de la Santa Cruz, cuando uno dice: Nora es como dios… esta en todas partes; él dice: sí, pero a Nora la vemos”. Nora Cortiñas es Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora. A los 85, acompaña toda clase de conflictos, pedidos de justicia, reclamos obreros, indígenas, estudiantiles, femeninos.

​ Ser madre, alegría y dolor, dolor y alegría… parir es una mezcla de sabor dulce y amargo, de risa y llanto. Ser madre en Argentina significa, además, transformar el dolor en lucha. Entrevista a Nora Cortiñas, la madre.​

El frío resiste la partida y se prolonga en una primavera tibia y tímida. Media mañana en Buenos Aires, más precisamente en Castelar. Los autos se hacen más presentes, las bolsas de las compras se bambolean de aquí para allá, los brotes de los árboles asoman inquietos. En una casa más sobre la calle Lobos nos espera Nora Cortiñas, una “madre” entre todas las madres. Un ejemplo de vida. La casa es a su medida: lona del portón abierta a media altura, árboles cuyas ramas le pegan a cualquiera en la cabeza; Nora es pequeña de estatura pero grande de alma. Adentro, su casa rebosa de recuerdos de todas partes del mundo: muñecas, adornitos, instrumentos musicales, banderas, libros, silloncitos llenos de almohadones de distintos colores y materiales, fotos con Fidel, con el Comandante Marcos; cada cosa, por más chiquita que sea – incluido el sapo Pepe que descansa sobre el televisor- tiene una historia. El mundo interior de Nora, la que hizo de su militancia de madre un ícono del mundo entero. “Conocí muchos lugares, sí”, nos confiesa, “pero lo más importante fueron las personas que conocí en esos lugares.”

¡Cuántas cosas habrán visto esos ojos de 85 primaveras que hace ya 38 años buscan verdad y justicia! El barrio la envuelve a Nora, que hace las compras en el almacén, en la verdulería, en la carnicería.

“Mi vida es de barrio porque sigo viviendo y comprando en Castelar pero acá no milito. Los vecinos me conocen, me ven si de casualidad barro la vereda… muy difícil”, se ríe dulcemente mientras nos comparte la intimidad de su rutina. “La gente me ve tomar el colectivo en Morón; no ve que me vienen a buscar con un auto con chofer y me llevan. Sigo haciendo lo mismo para ir al centro: colectivo, tren, subterráneo. Hay mucho respeto de los vecinos, soy una más del barrio y punto. Saben quién soy pero no me paro a hablar. Yo corro mucho.”

Es verdad, no para: la semana pasada se la vio por Honduras; esta semana viaja a Comodoro Rivadavia; vuelve, baja del avión, se hace una corrida hasta su casa para regar las plantas y luego vuela a Brasil, más precisamente a Río, a un encuentro de Jubileo Sur (grupo internacional que se formó para luchar por el fin de la dominación de la deuda externa, entre otras cosas, en los países del sur del continente).

-¿Nunca pensó en mudarse a Capital?

-No, no me mudaría de Castelar. Lo quiero, es mi espacio. Por más tarde que tenga reuniones y me inviten a quedarme, yo siempre me vengo para acá, viajando. Ahora como no hay tren me vengo en los colectivos que llegan hasta las estaciones. Cuando hay amontonamiento, yo siempre digo que dejen pasar a los hombres primero – risas-. Y si… así no nos empujan. Me tienen admirada: tienen una facilidad pasmosa para dormirse y despertarse justo en la estación en la que se tienen que bajar. Voy a escribir un poema: La ciudad de los hombres dormidos. Se suben, se sientan, cierran los ojos y cuando el colectivo llega a la esquina que tienen que bajar, como un milagro, sin sobresalto, abren los ojos y se bajan. A mí el asiento me lo dan chicas jóvenes, y a veces me lo han dado señoras que tienen 20 o 30 años menos que yo. Cada vez me lo dan menos hombres. ¿Sabés que entiendo de los hombres?, porque quiero seguir siendo humana, no perder la humanidad viajando – dice en tono de chiste mientras sonríe -, pienso que los hombres dicen yo estoy cansado, me levanté a las 5 de la mañana, laburé y esta mujer ¿de dónde vendrá…? porque si vos vas pintadita y decente, limpia, coqueta, dicen capaz que viene de pasear, de tomar el té con las amigas, viene capaz del cine; piensa eso el hombre, porque si no, si el pensara en su madre diría ¿y si fuera mi madre que viene de trabajar?

“Mi vida es mi barrio. Quiero a este pueblo que es una ciudad ahora. Cuando vine las calles eran de barro, pasaba el lechero con el carrito y el caballo. Mis hijos se subían y se querían ir a repartir con él. Hace poco más de 50 años, ellos esperaban al lechero y al sodero (también pasaba con carrito de caballo). Daban una vuelta y después volvían y me decían: Mirá, el lechero me regaló un yogur porque lo ayude a vender. ¡Qué tiempos deliciosos!”, dice entres suspiros.

-¿Qué puede decir de sus hijos?

-Gustavo hubiera cumplido 61 años. Marcelo tiene casi 60. Ambos fueron al colegio Inmaculada, que además era el “potrero” del barrio, y al club Argentino de Castelar. Bien de barrio. Marcelo terminó los estudios secundarios en la escuela Juan XXIII de Ramos Mejía. Los dos estudiaron en la Universidad de Morón: Gustavo, cuando comenzó a tomar conciencia política, se pasó a la UBA, y Marcelo terminó allí una Licenciatura en Recursos Humanos- reflexiona unos instantes antes de seguir-. Chicos sensibles a todo lo que pasa en el país. Marcelo no se dedicó a la política pero siempre fue solidario, con sus compañeros de estudios, de trabajo; tuvo todas las virtudes de un chico de barrio sencillo y solidario. Gustavo prefirió dedicarse a la política, se fue a la villa 31 y a Saldías a militar con el padre Carlos Mugica y el terrorismo de estado no soportó que la juventud militara, exigiera y trabajara con el pueblo, y por eso esa represión.

– ¿Cuántos años tenía cuando se casó?

– Yo tenía 19 años y Carlos, mi marido, 25. Hace ya 19 años que murió… ¿Sabés una cosa? Estoy empezando a extrañarlo… Fue un gran colaborador de este movimiento. No se dice mucho sobre la labor de los padres; pero ellos sufrieron más. Nosotras encontrábamos en la lucha desahogo cuando gritábamos o insultábamos a los milicos. Ellos, cada noche, esperaban llenos de ansiedad nuestro regreso. Tenían miedo de que también desapareciéramos como desapareció Azucena Villaflor.

– ¿Cuál es el mensaje de vida, el secreto de la felicidad, para los más chicos, los más jóvenes?

– A los chicos hay que dejarlos con la libertad de pensar y sentir, hay que dejarlos opinar, hay que informarlos, respetarlos; tiene que haber comunicación en la casa, en la escuela, no tratarlos como si fueran entes. Hay que dejarlos pensar, sentir y decir.

El mediodía nos apura con olor a sopa colándose bajo la hendija de la puerta. Dejamos a Nora preparándose para salir con paso apresurado, como siempre, como todos los días.

Norita Cortiñas, profesora de alta costura, ahora militante siempre informada y comprometida con la realidad; abuela de tres nietos; bisabuela de tres bisnietos; esposa de Carlos; madre de Gustavo y de Marcelo. Madre de todos. Madre de Plaza de Mayo.​

* Publicado originalmente en Periódico El Apogeo
Por Noelia Venier / Fotografías: Cesar Gurrieri – Lina Etchesuri /

lunes, 2 de noviembre de 2015

Homenaje a los desaparecidos de Fiorito, barrio humilde de Lomas de Zamora

Los militantes de la villa

Un baldosón vertical rinde el primer tributo formal de los vecinos a nueve desaparecidos durante la última dictadura. Fue ubicado entre los bustos de Perón y Evita en la estación del Belgrano Sur. Dos compañeros de aquellos militantes los recuerdan y explican su lucha.

 Por Adrián Figueroa Díaz

“Fiorito tiene memoria”, dice la baldosa multicolor que ahora luce en la vieja estación de trenes de ese barrio de Lomas de Zamora, y que es el primer homenaje formal que los vecinos les dedicaron a nueve militantes políticos y sociales desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. Según los impulsores de la iniciativa, esos nueve no son todos. Pero recordarlos y visibilizar sus nombres servirá para desandar una tarea de reconstrucción de la historia de lo que fue la militancia de base en los barrios más pobres del conurbano.

El recordatorio fue colocado vertical, como si fuera una placa, en medio de los bustos de Juan Domingo Perón y de Eva ubicados al lado de uno de los accesos a la estación, un lugar casi abandonado no solo por el inconstante Belgrano Sur sino también por la falta de mantenimiento. “A pesar de que al acto lo hicimos temprano, la respuesta de la gente fue muy buena”, evaluó Antonio Jorge “Cubito” Amarilla, militante barrial y mentor del homenaje.

En los años 70, él fue miliciano montonero, un nexo entre la organización y el barrio, y sufrió la persecución al igual que su hermano Fernando Ulises, uno de los homenajeados en la baldosa hecha por Barrios por la Memoria y la Justicia, de Lomas de Zamora. Los demás nombres mencionados allí son Ramona “Bety” Benítez, Lorenzo “Poroto” Gerzel, Horacio “Gatica” Galván, Elena “Coca” Kristal, Norma Marcela Cerrota, Alfredito Paquinelli, Daniel “Paraguayito” Esquivel y Oscar “Botita” Udabe.

“Son pibes que se convirtieron en bandera de lucha”, sintetiza Cubito, cuyo apodo proviene de su oficio de reparador de heladeras. Sin embargo, como se dijo, esos nueve nombres no son los de todos. “Faltan muchos más”, supone y cuenta que su intención es hacer una investigación para establecer fehacientemente cuántos y quiénes más fueron las víctimas del terrorismo de Estado en Fiorito, en tiempos en que su vecino más ilustre, Diego Maradona, comenzaba a hacer historia.

La tarea de juntar nombres y testimonios de esa época no es ni va a ser fácil. “A pesar de que hay 32 años de democracia y 12 años de fuerte reivindicación de la militancia de aquellos años, hay que tener en cuenta que hubo un sistema de terror muy fuerte que hizo que muchos vecinos militantes no cuenten sus historias”, señaló Domingo López, ex miembro de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y otro de los que trabajó para la instalación del homenaje.

Para Amarilla, López y todos los que acompañaron en “la movida de la baldosa” es importante contar lo que fue la militancia en esa barriada por dos razones: porque “la historia no continuó igual para todos los compañeros”, y porque los militantes de las villas no tuvieron la misma trascendencia ni el mismo reconocimiento que otros de otros rangos y lugares.

“Lo que pasa es que algunos referentes se dedicaron a rendir justo homenaje a los cuadros más reconocidos pero no volvieron a los barrios donde militaron, no se reinsertaron y están distanciados del lugar y del pensamiento de entonces”, analizó Amarilla.

La pared de un metro por un metro donde fue colocada la baldosa fue hecha por la Delegación Municipal de Fiorito. Esta tarea y la “declaración de interés municipal” aprobada por el Concejo Deliberante fueron las únicas participaciones que tuvo la comuna. Ni funcionarios ni concejales estuvieron durante el descubrimiento del homenaje. Eso sí, participaron vecinos. “Se nos fueron sumando como semillas”, metaforizó Cubito con entonación lírica. Fue un día de reencuentros porque varios volvieron a verse con las familias de las víctimas, que por entonces los habían ayudado y refugiado.

“Verlos fue como reencontrarnos con esos pibes con los que compartimos un proyecto común, igualador y de intercambio”, dijo López. Y ver en esa baldosa los nombres de sus compañeros fue también recordar los bailes para juntar fondos para alguna tarea social, los noviazgos, la lucha por el agua potable, los zanjeos, las reparaciones en escuelas, los operativos para repartir comida gratis, la construcción de veredas, y las pintadas nocturnas. Todo lo cotidiano, todo lo debatido con los mismos vecinos en clubes y sociedades de fomento. Todo fue frescura y organización hasta que pasó lo que pasó.

“Hay que tener en cuenta que algunos empezamos a militar de chicos en la primavera camporista y al año siguiente ya empezamos a recibir los sogazos”, recalcó Amarilla.

Pasaron 40 años de aquellas historias. ¿Qué quedó de todo eso para él? “Que los vecinos se acuerdan de nosotros y que seguimos resistiendo.” ¿Qué quedó de todo eso para Domingo? “Jóvenes que se referencian en los desaparecidos, aunque no los hayan conocido.”

“En algunos casos –concede Cubito– hay equivocadamente una imagen de heroicidad de los que militamos, y también están los que siguen contando una historia de la que no fueron partícipes. De ellos digo que haber sido parte de algo, no es garantía de nada. Y de los que desaparecieron y de los que militamos de verdad digo que tal vez no fuimos héroes, pero al menos luchamos por un barrio mejor.”