martes, 28 de diciembre de 2010

identifican en Santiago restos de un combatiente del ERP

Francisco Toconás se encontraba enterrado como NN en el cementerio de Pozo Hondo. El Equipo Argentino de Antropología Forense realizó los estudios para su reconocimiento. Había nacido en Tucumán.

Desde 1975, le decían "la almita milagrosa". Los vecinos de Pozo Hondo, del departamento Jiménez, en Santiago del Estero, no sabían su nombre, pero se rumoreaba que le concedía "favores" a quienes se lo pedían con una plegaria. Se acordaban que vieron que su cuerpo era lanzado desde un helicóptero aquel año, pero la tumba en el cementerio municipal, por todo concepto, enuncia borrosamente "cadáver desconocido".

Ahora ya no lo es.

A partir de ayer se sabe que, desde el 2 de abril de 1934, cuando nació en Santa Lucía, en el departamento Monteros, en Tucumán, su familia y sus amigos le llamaban Francisco Tomás Toconás. Eso sí, en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), según los registros de los organismos de derechos humanos, le asignaron "Alberto" como "nombre de guerra". Según da cuenta nuncamas.org, se integró a la compañía de monte "Ramón Rosa Jiménez" el 13 de noviembre de 1974. Desapareció el año siguiente, cuando el general de brigada Acdel Vila comandaba el "Operativo Independencia".

La identificación positiva de los restos de Toconás fueron confirmados durante la mañana de ayer, cuando llegó al Juzgado Federal santiagueño el informe del Equipo Argentino de Antropología Forense, quien realizó estudios genéticos de los restos, luego de que el Canal 7 de esa provincia revelara que un NN estaba enterrado en Pozo Hondo.


"Muy golpeada"

El soberbio verdor del paisaje de la entrada a los altos Valles Calchaquíes contrasta con las casas bajas, grises y pobres de la comuna monteriza. Ese mismo contraste está pintado en el rostro de Ester, donde las mejillas bañadas de lágrimas conviven con una sonrisa más de alivio que de alegría. Como si la noticia que ya conocía (en mayo le tomaron muestras de sangre para los análisis forenses) hubiera cerrado una etapa de su vida y, a la vez, hubiera extinguido hasta la menor de las esperanzas.

"Mi mamá está muy golpeada: no creo que quiera hablar. Cuando le dijeron de todo esto, se puso muy mal", advierte Leonardo Delgadino, nieto del ahora aparecido Francisco Toconás.

Pero ella, de musculosa y un pantalón de jogging, recibe a este diario en la casa aún sin terminar de una sobrina, pasando el ex ingenio, y dice que quiere hablar, pero no puede. Acordó con sus hermanas, Rosalía y Victoria, que cuando lleguen de Buenos Aires (allí viven ellas) para la cena de Año Nuevo, discutirán si hablan con la prensa o no. Y se despide. Sonriente. Y llorosa.

        El recuerdo de alguien que lo conoció

Una referente de organismos de Derechos Humanos que conoció a Toconás y pidió reserva de su identidad, lo describió así: "era el abanderado de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez. Por su solidaridad con los compañeros reunía todas las condiciones para llevar la bandera. Era el combatiente más valiente, más sacrificado y más solidario".

jueves, 23 de diciembre de 2010

Alrededor del árbol

  
Familiares, amigos y compañeros de Cristina Cialceta e Yves Domergue colocaron ayer una placa recordatoria junto al árbol del Bosque de la Memoria de Rosario en el que descansan las cenizas de las víctimas, quienes desaparecieron durante la última dictadura militar. Sus cuerpos permanecieron enterrados como NN en un cementerio de Melincué hasta que en el mes de julio pudieron ser identificadas. El ministro de Justicia y Derechos Humanos, Héctor Superti y la secretaria de Derechos Humanos, Rosa Acosta, participaron del acto entre otros funcionarios del área.

Los restos de los jóvenes fueron identificados en julio de este año, a partir de una denuncia realizada por la Secretaría de Derechos Humanos.

Entre los familiares que participaron del acto, se destacó la presencia de los padres de Yves Domergue, quienes vinieron de Francia, hermanos y sobrinos, así como primos de Cristina Cialceta. También estuvieron presentes la profesora Juliana Cagrandi, quien presentó la denuncia ante la Secretaría de Derechos Humanos y, entre otros funcionarios de la provincia, y los subsecretarios de Derechos Humanos zona norte y zona sur, Horacio Coutaz y Angel Ruani.

El grueso de la familia de Yves había regresado a Francia pero él se quedó con Eric en Argentina. Éste último se inclinó por el periodismo documental y fue una pieza clave en la búsqueda de su hermano. Ayer estuvo en Rosario para colocar la placa que recuerda a la pareja en el Bosque de la Memoria.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

No pueden desaparecerte. Ni con la muerte.

Todo el dolor, Adriana, se escapa del cuerpo. Porque no es un cuerpo el que puede sostener tu ausencia. Son todos los cuerpos, los que están y los que no están. Los que nos fueron dejando, como vos, para quedarse sin embargo en nosotras, en nosotros.
Todos tus gritos, Adriana, no caben en este fin de año en el que se ocultan muertes con festivales. Los derechos humanos buscan su sitio en esta Argentina convulsionada.
En este paisito roto, lastimado, agujereado en cada injusticia, en cada impunidad.
Tal vez ahora se te rindan homenajes... tal vez...

Tu voz sonó fuerte en el juicio a las Juntas. Sonó fuerte una y otra vez denunciando a los represores. Sonó fuerte cada 24 de marzo, demandando no sólo contra los genocidas, sino contra los señores de la reconciliación, y luego contra quienes carnavalean y disimulan las injusticias del presente.
Tu voz dice con nosotras Memoria, Verdad y Justicia. Tu palabra es inclaudicable. Dice que Julio López aún nos falta, que nos falta Luciano Arruga, que nos faltan las respuestas exigidas una y otra vez al poder.

Tu voz dice con nosotras que no son monumentos los que queremos para que la Memoria sea fértil.

Ahora, Adriana, que volvés a ser semilla... te sembraremos una y otra vez en nuestros territorios de resistencia, para desalojar los campos de la hipocresía, de la indiferencia, de la complacencia con el poder...
Sembraremos también tu gesto, tu desafío, tu ejemplo.
Gracias compañera, porque nos demostraste que es posible no olvidar, no perdonar, no reconciliarse, y no negociar el dolor en la mesa del poder. Gracias por multiplicar 30000 sueños y darnos la posibilidad de encontrarnos en tu mirada limpia.

 Claudia Korol

lunes, 13 de diciembre de 2010

Derecho a todo

Por Martín Granovsky

Tenía derecho a todo. A buscar el bronce, a ser Juana de Arco, a verse a sí misma como el símbolo de la Argentina, a pelear por ser una figura de fama mundial en la lucha contra la impunidad.

Adriana Calvo tenía derecho a todo, pero murió el domingo sin haber usado jamás ninguno de esos derechos.

El derecho a todo se lo podría haber agenciado por una historia. El 4 de febrero de 1977 ella y su esposo de entonces, Miguel Laborde, fueron secuestrados en Tolosa, cerca de La Plata. Adriana ya era física y dirigente gremial docente. Estaba embarazada y a punto de dar a luz. “¡Ya nace mi beba!”, contó que había gritado cuando la llevaban en un Falcon de la patota de Ramón Camps de La Plata al campo de concentración Pozo de Banfield. Lo contó una vez en 1985, durante el Juicio a las Juntas, y ese grito dicho durante su testimonio de cuatro horas sigue gritando cada vez que la tele reproduce la filmación y muestra a esa mujer chiquitita narrando meticulosamente su historia a los jueces.

El testimonio llevó entonces a la condena de Jorge Rafael Videla. Luego aportaría pruebas para las condenas de Camps, de su sucesor Miguel Etchecolatz y del médico torturador Jorge Bergés.

Adriana animó los juicios de la verdad, antecedentes de la ola reciente de juicios por crímenes de lesa humanidad, y ayudó a armar las causas de los últimos años. En su caso, la palabra “armar” debe traducirse como la reconstrucción de cada trocito de realidad que pudiera ser sustentada y sirviera para que piezas aparentemente incomprensibles quedaran encastradas en un rompecabezas fácil de entender.

Cosa rara en la tradición de la izquierda argentina, Adriana Calvo discutía siempre de manera abierta, sin intrigas ni chicanas, pero a la vez tomaba con naturalidad dos cosas que van juntas con pocas frecuencia: decir lo que uno piensa de los más diversos temas (era crítica del gobierno nacional y de algunos organismos de derechos humanos, por ejemplo, sobre todo después de la desaparición de Jorge Julio López) y trabajar codo a codo sin sectarismo y aun con quienes criticaba para conseguir un objetivo concreto. Era inmune a cualquier manipulación por la simple razón de que ella, con su frontalidad natural, tan sencilla, jamás buscaba nada que se pareciera a la manipulación. Si veía un juez con voluntad de investigar no lo miraba desde arriba –con el estilo condescendiente del proletariado frente a los enemigos de clase que alguna vez se equivocan a favor–, sino que lo ayudaba a entender cómo funcionaban de verdad las cosas, quizá porque en ella la paciencia docente y la lógica implacable de los físicos eran tan poderosas como su vocación militante. Y “militante” era una palabra fuerte en su vida. Podía llamar a alguien por teléfono para comentar un tema y aclarar que “en la militancia no se dice gracias cuando uno hace lo que tiene que hacer”. El llamado era inentendible salvo que se supiera que, para ella, la comunicación en sí misma era una forma de decir gracias.

Dirigente de Encuentro, Verdad y Justicia, fue fundadora de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. Su enorme capacidad de trabajo resultó clave para desentrañar lo que había ocurrido en los campos y para que, a comienzos de la democracia, los sobrevivientes fueran reconocidos en toda su dignidad. De otro modo, al sufrimiento original del secuestro y la tortura agregaban el padecimiento de la sospecha.

“Habían pasado tres minutos del parto”, dijo en el Juicio de 1985. “Mi beba lloraba en el piso del patrullero. Yo seguía con las manos atrás, seguía con los ojos tapados. No me la querían dar. Ese día hice la promesa de que si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar todo el resto de mis días para que se hiciera justicia.”

Adriana fue liberada en abril de 1977. Teresa, la beba que nació en el Falcon, es hoy una mujer mayor de lo que era ella entonces.

domingo, 12 de diciembre de 2010

El adiós a una luchadora



Calvo murió ayer, a los 62 años, víctima de una enfermedad. “Fue una persona de una terrible tenacidad”, dijo Guillermo Lorusso, que fundó con ella la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. El recuerdo de otros compañeros y militantes por los derechos humanos.
Por Adrián Pérez

“No sé cómo alcancé a sacarme la ropa interior para que naciera. Ibamos a toda velocidad por la ruta que une La Plata con Buenos Aires y les grité: ‘¡Ya nace, ya nace, no aguanto más!’. Pararon en la banquina, estábamos exactamente frente al Laboratorio Abbott, en el cruce Alpargatas.” Esas fueron palabras que, durante el Juicio a las Juntas, pronunció Adriana Calvo, la primera testigo que en 1984 brindó detalles de su secuestro ante la Conadep, sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos bajo la dictadura militar. El mismo día que dio a luz dijo que, si su hija y ella sobrevivían, iba a luchar el resto de sus días para que se hiciera justicia. Y cumplió con su promesa hasta ayer, cuando falleció, a los 62 años, después de pelear contra una enfermedad que la aquejaba. La titular de la Asociación de Ex Detenidos De- saparecidos fue recordada, en diálogo con Página/12, por sobrevivientes, compañeros y militantes de organismos de derechos humanos.

Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora, se mostró dolida por el fallecimiento de Calvo y reconoció su labor como militante de los derechos humanos. “Su muerte me conmueve muchísimo, porque, gracias a los testimonios de los que estuvieron de-saparecidos, pudimos empujar los juicios.” Deseó, a su vez, que “los sueños que tenía Adriana, como tantos otros que ya no están, se vayan cumpliendo después de tanta lucha y resistencia, y tengamos un país donde no haya hambre y tanto dolor como lo que vivimos en estos días en Soldati, Formosa o a partir de la muerte de Mariano Ferreyra”. Luego señaló que “las Madres acompañamos a su familia en este momento tan difícil”.

Junto a Calvo, Guillermo Lorusso fundó la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD). La conoció a partir de testimonios que mencionaban que había sido secuestrada. Dos años después de su liberación se encontraron y comenzaron a pergeñar la creación de la asociación, que se materializó finalmente en 1984. Lorusso recordó la firme determinación de Calvo en la lucha por justicia y destacó que “fue una persona de una terrible tenacidad”, que tuvo una entrega en la que puso “una inteligencia y una determinación admirables”. Mencionó que “no hay otra forma de homenajearla que seguir con su tarea. Nos va a seguir acompañando porque nos dejó su ejemplo. No va a desaparecer”.

A principios de 1986, Osvaldo Barros, que estuvo secuestrado en la ESMA, conoció a Calvo y se incorporó a la AEDD, donde se hicieron “compañeros y amigos”. “Siento un gran dolor porque se fue la compañera más representativa, carismática e impulsora de la asociación”, dijo Barros, hablando de Calvo en presente. Recordó que a partir de la fundación de la AEED se convirtió en “una de las dirigentes más importantes del movimiento por los derechos humanos”. Lamentó, además, que no se pueda condenar a los responsables de su secuestro porque los juicios de la comisaría 5ª, el Pozo de Arana y el Pozo de Banfield no se llevaron a cabo. Por último, Margarita Cruz, sobreviviente de la Escuelita de Famaillá y miembro de la AEDD, afirmó emocionada: “Se nos va una de las compañeras que organizó a los sobrevivientes con total dignidad, enfrentando los momentos más duros y la impunidad más terrible. Es una de las mujeres más dignas que ha tenido este país”. Prometió: “Vamos a seguir su lucha contra la impunidad hasta que todos los represores estén en la cárcel”.

El 4 de febrero de 1977, un grupo de tareas secuestró a Adriana Calvo en su casa de Tolosa. Al momento de su detención estaba embarazada de seis meses y medio. Tuvo a su hija Teresa mientras la policía la trasladaba al Pozo de Banfield. Hasta el 28 de abril de 1977, cuando fue liberada, había pasado por el Pozo de Arana y la comisaría 5ª de La Plata, a cargo del comisario Osvaldo Sertorio. Allí escuchó por primera vez la voz del represor Jorge Bergés. Su testimonio en los juicios contra los ex comandantes fue fundamental para reconstruir el calvario que padecieron otros secuestrados. Física e investigadora, militó en el gremio docente AGD. Sus restos son velados, hasta las 15.30 de hoy, en Pavón 4387, Capital.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Baldosas para no olvidar

  Por G. V.

La memoria grabada en una baldosa es como una huella marcada en el camino. Los trabajadores desaparecidos de la fábrica Cattaneo (La Fama) serán recordados hoy, donde funcionó la planta de cerámicos en Villa Adelina. El acto es organizado por la Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia de zona norte y comenzará a las 11 en Thames 798, donde ahora se levanta un instituto educativo. A 33 años del secuestro de cuatro ceramistas, se descubrirá sobre la vereda una baldosa con sus nombres que fue realizada por los obreros de Fasinpat (la ex Zanon), quienes viajarán desde Neuquén para participar del homenaje.

Jorge Omar Ozeldín, Juan Carlos Panizza, José Agustín Ponce y Faustino Gregorio Romero desaparecieron el 27 de octubre de 1977, y entre fines de ese mes y principios de noviembre corrieron la misma suerte más compañeros del gremio que desempeñaban tareas en Cattaneo y Lozadur, una empresa vecina del mismo rubro. De una lista de once trabajadores secuestrados por la última dictadura, cuatro eran mujeres y todas se desempeñaban en la última fábrica: las hermanas Dominga y Felicidad Abadía Crespo, Sofía Cardozo y Elba María Puente Campo.

viernes, 3 de diciembre de 2010

“A mi hermana la busqué toda la vida”

Juliana García Recchia declaró en el juicio sobre la apropiación de su hermana.  
 
Juliana tenía tres años cuando asesinaron a su padre y secuestraron a su mamá, embarazada. Encontró a su hermana en febrero de 2009. Ayer relató ante los apropiadores que están siendo juzgados la historia de sus padres y su propia búsqueda.
Por Alejandra Dandan

Juliana García Recchia tenía sentados enfrente a los dos apropiadores de su hermana. La defensa la interrumpió en un momento para pedirle algo de mesura: “Esperé treinta y dos años a que llegara este momento”, dijo apenas el tribunal calló a la defensa. “Una apropiación es algo terrible, es reducir un sujeto a condición de objeto, como mi hermana lo fue para ellos”. Y dijo: “Quiero decir cosas porque es el momento, si uno se guiara por sus instintos más básicos, perdonen por lo que digo, pero daría una piña. Pero estoy acá, dando las posibilidades de que se defiendan y no me es agradable: yo no sé si a (José Luis) Ricchiutti es la primera vez que lo veo porque no sé si no vino al operativo en mi casa, es muy probable que nos hayamos visto hace treinta y tres años”.

Juliana nació el 30 de diciembre de 1973. Es la hija de Antonio García, asesinado en ese operativo en su casa, y de Beatriz Recchia, secuestrada cuando estaba embarazada y aún desaparecida. Ayer, Juliana declaró en la primera jornada del juicio oral contra los apropiadores de su hermana: Luis José Ricchiu-tti era un suboficial del Ejército del Batallón 601 de Inteligencia de Campo de Mayo y está detenido en Marcos Paz. Su mujer es Hélida René Hermann, un ama de casa que simuló un embarazo para fraguar la tenencia de su hermana.

“Primero quiero contar quiénes eran mis padres”, le dijo al presidente del tribunal, Alfredo Justo Ruiz Paz. Antonio había hecho la primaria como pupilo en el colegio de González Catán donde ahora trabaja Juliana. Era un excelente alumno, dijo ella. Dio clases en el Colegio Pío XII y trabajaba como operario en casa Stewart. Beatriz Re-cchia se crió en Munro e hizo la escuela primaria en la misma escuela donde Juliana estudió. Beatriz se recibió de maestra, ejerció como jardinera y empezó Historia en Filosofía y Letras. “Desde jóvenes tuvieron inquietudes sociales y políticas. Cada uno buscó por su lado, y esas inquietudes hicieron que se encontraran.” En 1972 se casaron y cuando Beatriz estaba por rendir uno de sus últimos finales nació Juliana: “Viví con ellos tres años y trece días; intensos tres años. Hay cosas que pude reconstruir a través de lo que me contaron y otras que viví, algunas conscientes y otras son sensaciones”.

Habló de una gran casa en Florida con conejos y perros. “Hay algo que tengo muy adentro: esa sensación del amparo que me tenían y de los abrazos y de los besos. Tengo en la piel los recuerdos de sus abrazos y de los besos: cuando yo hoy abrazo a mis hijas siento que ese abrazo me es conocido porque mis viejos me abrazaron y me quisieron mucho y eso fue la base para ser lo que puedo ser hoy.”

Beatriz estaba embarazada. Las cosas se habían puesto complicadas por las persecuciones y las caídas de compañeros. En diciembre de 1976, entre cambios de casa, llegaron a un PH de Villa Adelina.

La noche del 12 de enero de 1977 hacía mucho calor. Los tres dormían. El año pasado, en una vuelta al barrio, ella se animó a hablar con los vecinos y pudo saber qué pasó durante el operativo: “ Muchos de mis recuerdos eran reales –dijo–. Porque lo que me contaban y yo vi era tal cual lo tenía presente”.

Un grupo de tareas irrumpió en la casa. Su padre salió al patio y le dispararon desde un tanque: “Nos sacan a mi mamá y a mí, nos hacen pasar al lado del cadáver de mi papá. Ese era un recuerdo que yo tenía: ruidos fuertes y luego pasar por el cadáver de mi papá. La imagen estaba”.

Envolvieron a Beatriz con una sábana para paralizarla. “Me dijeron que mamá gritaba y yo iba de la mano de mi mamá. Que nos sentaron en un escaloncito. Que yo lloraba mucho, mucho. Para mí fue muy importante reconstruir esos últimos minutos, esa sensación de que no la iba a ver más y que es hoy irreversible.” Y siguió: “‘Mamá, mamá, mamá’, le decía yo todo el tiempo y yo que soy madre me imagino esa situación y me la imagino a mi vieja y me es de una angustia insuperable. Me imagino que ella no sabía qué le iba a pasar y el embarazo y a mí que en cualquier momento me separaban”.

A Juliana la llevaron a casa de los abuelos maternos. “Yo les contaba que habían venido unos señores malos que explotaban globos, que mi mamá tenía las rodillas lastimadas: con tres años recién cumplidos eso pude contar.”

Supieron que el cuerpo de Rubén había quedado en el cementerio de Boulogne. De su mamá, supo que estaba de viaje. “Preguntaba si se había roto el colectivo porque no venía a buscarme”, aunque a medida que se su familia se iba enterando de datos se los iban contando, hasta que le dijeron que a los desaparecidos los habían matado: “Yo tenía la sospecha, pero la confirmación fue una cachetada”.

De a poco, empezó a hacerse presente la idea de la hermana. Ya estaban en contacto con las Abuelas de Plaza de Mayo. “La busqué toda la vida: en las caras de otros chicos que podían tener su edad, en la calle y si alguien venía y me decía: ‘Vos te parecés a tal persona’, no era como a cualquiera: yo averiguaba quién era esa persona.”

Juliana, su familia y Abuelas contaban con el testimonio de dos ex detenidos desaparecidos de Campo de Mayo. Uno de ellos, Cacho Scarpati, había dado cuenta de la presencia de Beatriz, pero había dicho que creía que había tenido un varón. Durante mucho tiempo, Juliana buscó a un hermano. “Me sentía jugando a las escondidas, que mi hermana podía estar detrás de un árbol, pero no estaba sola escondida: el tema es que la tenían escondida.” Llegó febrero de 2009, en el que pudo sentir que cantaba el “pica” en el juzgado de la jueza Sandra Arroyo Salgado: “La encontré y les pude ver las caras a las personas que la tenían detrás del árbol”.

Juliana empezó a trabajar en Abuelas. Cada vez que llegaba alguien de la edad de su hermano perdía la calma: “Esa sensación de que en algún momento iba a abrir la puerta y me iba a encontrar con mi espejo”.

Desde 1984 había datos sobre Ricchiutti. Las denuncias decían que se había quedado con una niña. Que la había conseguido de un momento a otro, que la mujer no podía quedar embarazada y que le había contado a un vecino que se la había traído envuelta en una campera una noche de Campo de Mayo.

Llamaron a Bárbara a la casa. Pese a que no iba a ir, Juliana fue. Se sentó en el McDonnald’s del Obelisco y no dijo nada: “Me senté a un costado, hablé muy poco y me di cuenta de que era mi hermana: esas señales que yo esperaba, las tuve. Mi hermana estaba embarazada, y me di cuenta de su piel: las dos tenemos una piel muy delicada. La piel de la cara es terrible porque tenemos los poros dilatados y gastamos mucha plata en cremas y yo me dije: ¡eso es lo que yo veo en el espejo todos los días!”. Hubo gestos, modos. Y más tarde vio parecidos hasta los pies. Pasaron dos años hasta el resultado. Bárbara no quiso hacerse los exámenes por lo que podía pasar con sus apropiadores. La Justicia ordenó un allanamiento y ella aceptó sacarse sangre. Juliana no había vuelto a verla ni habló con ella hasta el 12 de febrero de 2009 en la Farola de San Isidro. La jueza las había convocado. Primero a una, luego a la otra. En el camino se cruzaron en el bar. “Necesito abrazarte”, dijo Juliana. “Nos dimos un abrazo que fue eterno, un abrazo postergado por treinta y dos años. Mi hermana se había materializado, estaba, la podía tocar, abrazar, oler, existía: nos habíamos encontrado.” Esa noche la llamó. Hermann la atendió y le reprochó lo mal que lo estaba pasando Bárbara. Cada vez que salían la llamaba por teléfono mil veces. Bárbara vivió en esa casa hasta octubre del año pasado: “Para mí tener que llamar a esa casa era esperar que me atienda Bárbara de movida porque tuve que soportar que le dijera: ‘Barbarita, hija, te llaman’. Y yo lo interpreto como una provocación”. Y subrayó: “Los dos son responsables”.